(Distribuida en colaboración con la Fundación Huerta de San Antonio, entidad sin ánimo de lucro que está restaurando una iglesia en Úbeda para uso cultural y a la que irán destinados los beneficios de la venta.)
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El protagonista de esta novela acaba de cumplir 16 años y exhibe todo el catálogo adolescente de confusiones, de contradicciones, de caprichos, de suficiencia y de pensamientos inestables.
Pastillero, sexoadicto, motero vocacional y poeta falso, nos irá contando en primera persona las peculiaridades de su familia: un padre psicoanalista y obsesionado con el coleccionismo de monedas, una madre que es pintora surrealista y que colecciona figuras de ranas, un hermano que toca la batería en grupos heavy y que colecciona novias y chapas de botella, una hermana que colecciona amigos por correspondencia y un primo de 13 años que fuma sin parar y que escribe relatos de terror.
FRAGMENTO DEL PRIMER CAPÍTULO:
Un día se parece a otro día en la misma medida en que un astronauta tuerto se parece a un astronauta bizco.
Un astronauta bizco ve muchas
estrellas y asteroides (nadie lo niega), pero el astronauta tuerto ve las
mismas estrellas y los mismos asteroides que el astronauta bizco. De lo cual se
deduce que da igual ser bizco que tuerto, sobre todo si eres astronauta.
De todas formas, ayer fue un día
especialmente extraño para mí: un astronauta bizco, tuerto y con un meteorito
incrustado en la frente. Porque me notaba raro. Con una sensación general de
fiebre pensativa.
Me
había pasado la noche entera soñando que estaba en el iglú de un esquimal,
bebiendo licor de foca y oyendo leyendas deprimentes de esquimales alérgicos a
la nieve y al pescado.
Durante todo el día, tuve la
sensación de seguir en el iglú.
Porque fue un día más raro de lo
normal.
Un día complicado.
El de ayer.
"Eh, tú, ¿qué pasó?
¿Filosofaste más de la cuenta y se te puso la cabeza al rojo vivo o simplemente
tenías una resaca de muerte?", me preguntaréis, deseosos de obtener
información de primera mano.
Nada de eso: ayer cumplí un año más.
Y no hubo tarta, como es lógico,
porque las tartas con 16 velas ya no parecen tartas, sino pistas de aterrizaje.
Hace dos años, por cierto, que no
tengo tarta, porque se trata por lo visto de ir perdiendo privilegios básicos,
en parte porque te haces mayor y en parte porque tu cabeza se pone por dentro
bastante complicada.
(Si llega el día de tu cumpleaños y
ves que no hay tarta por ninguna parte, ya sabes lo que eso significa: que tus
padres han comenzado a cogerte miedo.)
Cuando eres un pequeño ludópata que
aún habla durante horas con muñecos de plástico, la Naturaleza te quita los
dientes, para que vayas aprendiendo a convertirte en un monstruo. Pero luego,
de manera inesperada, la
Naturaleza te da unos dientes nuevos, y muy blancos por lo
general. Pero, un poco más tarde, la Sociedad te quita las tartas de cumpleaños.
"¿Qué clase de ecuación es esa?",
os preguntaréis.
No soy lo que se dice un experto en
ecuaciones, ni espero serlo nunca (porque no me entusiasman los enigmas
asombrosos que conducen a misterios mareantes), pero las cosas vienen a
resultar más o menos de este modo: te dan tarta cuando tienes unos dientes
provisionales y te quitan la tarta cuando tienes unos dientes definitivos.
(¿El resultado de la ecuación? Pues
supongo que algo muy parecido a multiplicar un 0 por menos 0 y luego darle una
patada en la boca.)
Por cierto: si has cumplido 16 años,
no se te ocurra perder un solo diente, porque la Naturaleza ya no te
dará más dientes. Puedes pedirle otros dientes a gritos, pero llega un momento
en que la Naturaleza
decide hacerse la sorda con respecto al asunto de los dientes.
"¿Y qué más da no tener
dientes, si existen montones de dentistas?"
No es lo mismo del todo. Si te
quedas sin dientes, en principio no podrás reírte de nadie, porque una risa sin
dientes o de dientes postizos es demasiado cómica y resulta muy desconcertante
el hecho de que un tipo se ría de ti cuando intentas reírte de él.
(Tan desconcertante como huir de un
perro rabioso y darte cuenta de que el perro rabioso del que huyes eres tú: un
perro rabioso sin dientes.)
Las viejas tartas de cumpleaños, en
fin, con sus velas retorcidas, como de candelabro de la tumba de Drácula...
De todas formas, cuando cumples 16
años la verdad es que sólo te apetecería que te regalaran una tarta gigante de
la que saliese por sorpresa una bailarina con tetas de gelatina y en tanga (o
sin tanga).
¿Quiere esto decir que las tartas me
gustan? No. Pero me gustaba que me regalasen tartas, porque las tartas
significan protección, a pesar de que las tartas suelan ser porquería. Me
gustaba saber que las tartas estaban ahí, año tras año. Tartas casi venenosas,
con mucho merengue. (Pero con su significado de protección. De respeto por el
avance de tu vida.)
Y
creo que ha llegado la hora inevitable de imitar durante unos segundos a los
mejores filósofos de las épocas ancestrales: “El Tiempo avanza hacia la Nada. Y nosotros estamos
hecho de Tiempo. De manera que vamos como cohetes pirados hacia la Nada. Por culpa del
Tiempo”.
"Eh, tú, ¿qué complicada clase
de basura es todo eso?" No estoy seguro. Lo único que sé es que de la
filosofía no puede salir nada bueno para ninguno de nosotros: apenas un poco de
pesimismo gamma ante el futuro equis. (El futuro es siempre equis, y la gamma
es un misterio.)
(Así funcionan los filósofos.)
16.
Sin tarta. Sin moto.
(...)
(...)